martes, 29 de noviembre de 2011

ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA.




           
Muy diversas disciplinas y formas de saber confluyen hoy en la denominación de “antropología”. El término, significa “conocimiento del hombre”. De hecho, lo primero que evoca hoy el nombre de “antropología” es un conjunto de conocimientos empíricos o positivos —casi “ciencias naturales”— que se preocupan de la especie humana, de su origen, de la prehistoria, de las razas y costumbres primitivas, etc. En un sentido más amplio, “antropología” puede designar todos aquellos conocimientos de orden histórico, psicológico, sociológico, lingüístico, etc., que aborden desde distintas perspectivas el “fenómeno humano”; son las llamadas “ciencias humanas”.

Pero el término, admite todavía un significado distinto y más radical: aquella reflexión última sobre el ser del hombre y su constitución ontológica, que forma parte de la Filosofía —el saber de las causas últimas—y posee, como tal, una dimensión metafísica. Esta “antropología filosófica” se propone la cuestión de “qué es el hombre” en su sentido más profundo, que ha sido común a los filósofos de todos los tiempos, desde Platón y Aristóteles hasta Scheler, no importa bajo qué denominación se haya planteado la pregunta. Es éste el sentido que damos aquí al término “ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA”: aquella parte de la filosofía que se ocupa del hombre, con los métodos propios del saber filosófico (lo que griegos y medievales llamaron “psicología”, en el sentido de una verdadera “metafísica del hombre”).

            Es el saber que tiene por objeto al hombre y que hoy por el grado actual de desarrollo de las diversas disciplinas, se constituye como una síntesis en el plano filosófico de conocimiento aportado por las ciencias biológicas, humanas y sociales. Lo que significa una comprensión metafísica de cuanto las ciencias positivas han aportado al conocimiento del ser humano.

            El hombre tiene la necesidad de interpretar si propia vida humana para adoptar una postura respecto de si mismo.

            Necesita saber lo que es ser humano para serlo, por este motivo es necesaria una imagen unitaria e integral del hombre. De esto se ocupará la Antropología filosófica.

            Importa señalar que esta tarea no ha sido en modo alguno desplazada por las actuales ciencias positivas, naturales o humanas, de contenido antropológico. Al contrario: tales ciencias han prodigado múltiples conocimientos o hipótesis sobre aspectos particulares del “fenómeno humano”; si de ellas quisiéramos extraer un “concepto científico” del hombre, obtendríamos sólo un mosaico disperso de observaciones que carecen de unidad y a veces aún de convergencia; y esto, en razón de la forzosa limitación que proviene de su metodología, en cuanto reducen el ser del hombre a sus manifestaciones empíricas más externas, y a menudo ocultan más que iluminan su naturaleza profunda. Resulta así que la paleontología, la bioquímica, la fisiología, la psicología, la economía, la sociología actual, aún si las suponemos integradas en una hipotética unidad, no nos ofrecen nada semejante a una “idea del hombre” capaz de alumbrar su puesto en el universo y el sentido de su existencia. Ni cabe esperar que el avance de las ciencias empíricas nos ofrezca, en el futuro, otra cosa que “datos” interesantes para ser integrados en una perspectiva más amplia y más esencial.

El mosaico de la “antropología científica” carece de un centro intelectual, que sólo podría serle restituido desde más allá de las ciencias experimentales. Ésta es, en parte, la tarea de la “antropología filosófica”; ella podría establecer un fundamento último y unas metas unitarias a esa abigarrada serie de disciplinas especiales que hoy se ocupan del hombre: la física, la biología, la etnología, las ciencias psicológicas y sociales, las ciencias de la cultura, etc. Si bien todas estas ciencias tienen en común con la “metafísica del hombre” su objeto “material” o temático—el hombre mismo—, difieren de ella por su “objeto formal”. La Antropología filosófica (a la que desde ahora llamaremos simplemente Antropología) no es una mera elaboración superior de los resultados de las ciencias experimentales en relación a lo humano; como parte de la filosofía, ella tiene su propia perspectiva formal: mira al ser del hombre, al hombre en cuanto ente, a la realidad humana. Las ciencias positivas, en cambio, están esencialmente ligadas al “fenómeno humano” y a las regularidades perceptibles en sus diversas manifestaciones particulares. Tales manifestaciones no dejan indiferente al filósofo, quien, con todo, sólo se interesa por ellas en cuanto contienen o señalan potencialmente la naturaleza profunda, la índole entitativa, el tipo de ser, la “esencia” o las propiedades esenciales del ente humano.

Tomemos los ejemplos más sencillos a la vez que complejos: el hablar, el enamorarse, el tener que morir y el rezar. Las ciencias positivas no carecen de una explicación para tales actos, y así nos hablarán, por una parte, de las estructuras corporales y vitales que los sustentan (órganos, funciones, instintos, necesidades) y del íntegro organismo humano como sujeto de las propiedades y relaciones correspondientes; por otra parte, y en un sentido menos “natural” y más “cultural”, podrán codificar los comportamientos y estructuras típicas del lenguaje, del amor, de la muerte, de la religión, según variadísimos métodos de análisis y registros antropológicos; y sin duda tales ordenamientos y codificaciones y leyes funcionales nos instruirán, en buena medida, sobre la índole del sujeto capaz de tales acciones y pasiones. Pero ninguna de esas perspectivas supera el nivel del “cómo” o la descripción del fenómeno y su génesis y regularidades típicas. Frente al “qué”, al “por qué” y al “para qué” últimos de aquellos procesos.

Con razón puede estimarse poco “científico” este modo de filosofar, que caracteriza, por ejemplo, al existencialismo actual. La Antropología filosófica no puede ser una mera racionalización de ciertos estados de ánimo o de determinadas opciones éticas. Su base de experiencia, aún trascendiendo el dato empírico inmediato, debe cumplir exigencias rigurosas de objetividad y universalidad: no se trata de la condición particular de un individuo, grupo, cultura o época determinada, sino de la naturaleza humana en su constitución universal. Pero esta exigencia de universalidad no se cautela por la simple absorción de la Antropología en el “dato científico” puro: este dato no existe como tal, puesto que siempre es la cifra velada e implícita de una metafísica del hombre. La Antropología se propone esta explicitación, según los métodos propios del saber filosófico, que se orientan justamente hacia el grado más alto de la objetividad y de la universalidad gnoseológica. En otros términos, la Antropología es un intento epistemológicamente “serio”: trasciende a la vez el particularismo de las ciencias empíricas de las divagaciones sobre la “condición humana”, en el sentido más alto de la pregunta fundamental: ¿qué es el hombre? 

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